Una casita junto al río
Este mes leemos:
Una casita junto al río
Con presencia del autor:
Genaro Villagrasa
¿Por qué hemos escogido este libro?
• Porque nos acerca a un tiempo y un país que han sido los nuestros y a menudo parece que se hayan perdido en medio de la desmemoria.
• Porque es una novela que habla de vidas de gente corriente, como nosotros o como nuestros vecinos, pero al mismo tiempo es una novela histórica ubicada muy cerca de donde nos reuniremos para hablar.
• Porque podremos conocer más de lo que ha significado el movimiento vecinal en el país y en la ciudad.
• Porque en Genaro Villagrasa ha querido acompañarnos para explicarnos la génesis de la novela y la realidad que esconde.
Para saber más:
¿Quién es Genaro Villagrasa Alcaide?
En su faceta de activista social ha participado de manera intensa en el movimiento asociativo de Barcelona. En 1976 fue cofundador de la asociación de vecinos Pi y Ballico del barrio de Barón de Viver, ejerciendo una amplia tarea reivindicativa en pro de las mejoras para el vecindario que culminaron con su participación en la promoción de la transmutación de la zona, obra de gran envergadura, desarrollada entre 1985 y 2000, que supuso la remodelación urbanística total del barrio número 73 de Barcelona, una operación recogida en el libro Barón de Viver: la transformación de un barrio”, del cual es coautor. Formó parte de la Coordinadora de Asociaciones de Vecinos del distrito de San Andreu y de la junta de la Federación de Asociaciones de Vecinos de Barcelona. Su labor en el barrio y el movimiento vecinal del distrito le valieron la concesión de la Medalla de Honor de Barcelona en 2000.
Responsable y coordinador de la revista local La Marquesina durante las dos etapas que se editó (1985-86 y 1998-99). Ha publicado numerosos artículos tanto en esta revista como en la sindical Adelante. Actualmente trabaja en una obra que recoge el proceso histórico de las Casas Baratas de Barón de Viver, desde su fundación en 1929 hasta el año 1958, primera parte de una previsible trilogía que alcanzará la historia completa de la localidad desde su fundación hasta la actualidad. Una casita junto al río es la versión novel·lada de esta primera parte, centrada en los avatares de una familia obrera en el Tercer Grupo de Casas Baratas durante la época comprendida entre la instauración de la República y el final de la Guerra Civil española.
(Una crítica a la novela publicada por Joan Pallarés en la revista digital Andreuenc )
Barón de Viver ya tiene su novela. Genaro Villagrasa ha escrito ‘Una casita junto al río’ (Circulo Rojo Editorial, diciembre 2021), una historia novelada de los orígenes del barrio, de aquellas Casas Baratas, en su primera década de existencia, desde la construcción e inauguración el 1929, la llegada de sus primeros vecinos, la huelga de rendatarios, la República y los años de la guerra, hasta el triunfo del franquismo el 1939.
El autor, Genaro Villagrasa, ha vivido toda la vida en el barrio puesto que su familia fue de las primeras en llegar. Él no solo conoce la historia del Barón de Viver y la dio a conocer en la obra ‘Barón de Viver: La transformación de un barrio’, libro del cual fue coautor, sino que es autor de numerosas colaboraciones en la revista local La Marquesina, que coordinó en dos épocas;
También ha vivido la historia del barrio puesto que muchas veces la protagonizó como persona líder como en la fundación, el 1976, de la Asociación de Vecinos que lideró entre 1985 y el 2000 las reivindicaciones que transformaron aquellas viejas Casas Baratas, ruinosas y precarias, en unas viviendas modernas y en condiciones.
Genaro Villagrasa en 2000 recibió la Medalla de Honor de la Ciudad de Barcelona en reconocimiento a su tarea. Entonces, a pesar de seguir vinculado a la lucha sindical y a la investigación histórica del barrio, siendo muy joven todavía, dio un paso al lado, dando paso a la renovación del movimiento vecinal del barrio con nuevas caras y nuevas ideas.
Genaro sigue trabajando y preparando la historia de su barrio en mayúsculas pero, entre tanto, nos ofrece una versión novelada de una familia, la de los Quintana, que sin trabajo ni cobijo ocuparon a la brava una de aquellas casetas nuevas construidas en el término de Santa Coloma de Gramenet, lindando con San Andreu de Palomar, llenos de esperanzas en aquella república que acababa de nacer.
Pero la vida en un barrio lejos de todas partes y más allá de donde Nuestro Señor perdió las alpargatas, no fue nada fácil. El autor lo explica con sabiduría, mezclando hechos reales con ficción, grandes acontecimientos de aquellos años con su eco en la vida distante a la orilla derecha del Besòs, entroncando los grandes personajes de aquella década histórica, con los humildes olvidados por la fortuna.
A la novela, que es histórica pero no empalaga con datos, sino que retrata más la vida real y cotidiana que no los clichés épicos de aquellos años, se mencionan personajes como padre Clapés, o figuran el maestro Gibert, la Peña Raído, el Adelanto, los médicos Vilaseca o Cararach, la farmacia Franqueza, gente de San Andreu o de Santa Coloma, personajes del barrio y los Quintana, con los hijos que en una década pasan de niños a jóvenes, haciendo un retrato muy preciso e irónico de la efervescencia revolucionaría de aquellos años y las contradicciones de las doctrinas mal digeridas.
Sobre el autor hay que añadir que Genaro Villagrasa ha sido toda su vida una persona dedicada a la acción y a la gestión dentro del movimiento vecinal y sindical, y por cierto siempre con unos resultados suficiente satisfactorios. Persona con una gran curiosidad e inquietudes culturales, a lo largo de los años ha sabido formarse y prepararse y, a pesar de no haber disfrutado de formación académica, sin muestra como un buen escritor.
Como buen comunicador, siempre a la novela se expresa en un lenguaje llano y entendedor y de una manera pulcra y precisa, con cuidado, en un lenguaje que no es el de la literatura actual, sino como se expresaban sus protagonistas en aquel tiempo, pero sin barroquismos retóricos, a cada frase las palabras justas y ni una más, y con un léxico tanto generoso como espontáneo, sin una sola palabra rebuscada.
Genaro Villagrasa, en su primera novela nos sorprende agradablemente por la calidad literaria, con un ingenio innato, saca partido de un paisaje, una vida, unas situaciones, unos ambientes, que cualquier escritor rehuiría, literariamente nada agradecidos, pero que él recrea con la maestría de quien los conoce tanto bien que sabe desde qué ángulo los puede enfocar.
Sobre todo ‘Una casita junto al río’ mantiene viva la atención desde la página primera hasta la 314 que es la última, no decayendo ni un solo momento gracias a que Genaro Villagrasa sabe mantener la curiosidad del lector gracias a la constante presencia de frases rematadas por un humor fino e irónico, a veces agridulce, de forma que la sonrisa por la situación provoca todavía más interés por la acción que la continúa.
Finalmente confieso que leyendo ciertos pasajes de ‘Una casita junto al río’, chasqueando espontáneamente una risa, he tenido la sensación de recular al inicios de mi adolescencia, cuando hace más de medio siglo leí ‘Donde la ciudad cambia su número’, del admirado Paco Candel.
La situación política era diferente, pero la vida en el chabolismo o las Casas Baratas en cuarenta y cincuenta, no había cambiado mucho de la que nos describe en los años treinta y ambos autores, Candel y Villagrasa, autodidactos y crecidos en ambientes similares, a pesar de que con la diferencia de una generación, tienen bastante similitud incluso en la fuerza expresiva.
Una cata, para que nos vengan ganas de leer más….
Donde Cristo perdió el gorro (1931)
Hacía pocos meses que se había declarado la República, pero este hecho pasó desde aquel mismo instante al desván de lo intrascendente para el devenir cotidiano de la familia Quintana. Ellos formaban parte del pelotón de los sin pan: en paro y con hambre. No es que fueran pobres de solemnidad, es que eran obreros: obreros paupérrimos, ¡eso sí!
Ahora, además, en otro giro de tuerca en su racha de mala suerte, se habían quedado sin el techo que los cobijaba.
El cabeza de familia, un robusto hombretón al que la vida había zarandeado y maltratado, confiriéndole un anticipado aspecto de cincuentón, llegó a Barcelona en 1918. Tenía entonces veintitrés años y venía huyendo del mundo de la minería murciana, ya de por sí duro y que en su pueblo de La Unión mostraba signos de agotamiento; sin perspectivas de futuro, comenzaba el éxodo de él y otros cientos de murcianos que se añadían a los que antes lo habían hecho y a los millares que se sumarían en la siguiente década. Se encontró en Cataluña con otro tipo de sociedad totalmente diferente y desconocida para él. La súbita visión de los grandes edificios y espaciosos parques, los comercios y los cafés, las fábricas y las bóbilas, los coches y los tranvías, los teatros y los cines, junto al ajetreo que bullía en la gran urbe, y la ostentación que a su juicio exhibían los adinerados, le nubló la vista y el entendimiento, haciéndole creer que pronto se haría con mucho dinero. Poco tardó en comprobar que no, que en ningún sitio 12 daban pesetas por tres reales. Era el menor de diez hermanos, y nunca supo si la elección de su nombre fue por obra y gracia de su padre, que era muy de la broma, o de su madre, que a medida que le nacían los hijos le crecía la mala leche, el caso es que le bautizaron como Fortunato. Haciéndose llamar Fortu disimulaba y de paso procuraba engañar al destino.
Los padres de la esposa de Fortunato tampoco estuvieron muy inspirados cuando la bautizaron. La llamaron Visitación; casi seguro que fue debido a que llegó de manera imprevista, sin avisar ni ser anunciada, como la visita inesperada y molesta del cuñado gorrón que un buen día aparece con la intención de quedarse.
Visitación, aunque compartía una trayectoria y unos orígenes similares a los de su marido, puesto que llegó a Barcelona el mismo año que Fortunato y también era una inmigrante, en su caso del ámbito rural aragonés, parecía la antítesis de este, al menos durante los primeros años de convivencia; frente a la manera de ser, fatalista, condescendiente e indecisa del uno, disimulada con una capa de bravuconería, el carácter enérgico, espontáneo y guerrero de la otra. Era una mujer echada para adelante que afrontaba de cara los problemas, así que a nadie le extrañaba que a menudo él le dijera: «¡Pero qué güevos tienes, Visi!»; a lo que ella, de manera invariable, respondía con uno de sus innumerables refranillos adaptado a las circunstancias: «El que hace un cesto hace ciento, si tiene mimbres y tiempo», «La sangre se hereda, y el vicio se apega» o «Si a tu suegra vieras arder y en tu culo un avispero, ¿dónde acudirías primero?», por poner algunos ejemplos, ya que era impresionante la cantidad de máximas, sentencias y dichos que acumulaba y disparaba.
Que su hombre, poco cultivado y un punto bruto, por cierto, quería decir «valor» y no «falta de feminidad» al referirse a los «huevos» de Visitación, lo demostraban los cuatro hijos que ésta había parido.
El hijo mayor, Diego, tenía doce años y le estaban buscando un oficio donde meterlo de aprendiz, ya que era una edad apropiada para empezar a trabajar; su madre pregonaba: «Es honrado y muy trabajador. Y se sabe las cuatro reglas». Trabajador sí que era el chaval; honrado, depende de qué se entendiera por honradez; y en cuanto a matemáticas, sabía sumar y restar, a duras penas multiplicar y las divisiones se le atragantaban. Sin embargo, despertaba en los demás una cierta sensación de aprecio y confianza. Era vivaz y muy ingenioso, lo que no es de extrañar, ya que había tenido que aprender a valerse por sí mismo, a pesar de su corta edad, para poder echar un cable en casa cuidando de sus hermanos. Le seguía su hermano Francisco, al que en un principio llamaron Francisquico, para luego derivar en Quico. Ya que no podían ahorrar otra cosa, al menos ahorraban sílabas. Contaba con diez años de edad y era un crío inquieto e hiperactivo que siempre intentaba ir tras los pasos de su hermano mayor, al que procuraba emular. Ambos se llevaban muy bien con su hermana Amparo, Amparito para todos, que tenía dos años menos que Quico y era de aspecto delgado y menudo, aparentando una falsa fragilidad que no se correspondía con la actividad que era capaz de desplegar y la fortaleza con la que la realizaba, heredada de su madre. La criatura, cuando no hacía lo que más le agradaba, que era asistir a la escuela, ayudaba a su madre con las faenas de la casa y el cuidado de la más pequeña, Pilarín, de solo dos años.
Un chucho famélico y tres pájaros completaban la familia.
Fecha:
15 de diciembre de 2022
de 18:00 a 20:00 horas
Idioma:
Catalán
Lugar:
UNED Barcelona
Av. Rio de Janeiro, 56-58
08016 – Barcelona
Coordina la actividad:
Glòria López Forcén
Espacio donde se realiza:
Aulas 6 – 7
Esta actividad (gratuïta) requiere inscripción previa:
Para más información en el Centro:
UNED Barcelona
Av. Rio de Janeiro, 56-58
08016 Barcelona
93 396 80 59
activitats@barcelona.uned.es