Seleccionar página
Nos veíamos mejor en la oscuridad

Nos veíamos mejor en la oscuridad

Nos veíamos mejor en la oscuridad

Inici » Club de Lectura

Este mes leemos:

Nos veíamos mejor en la oscuridad (Galaxia Gutemberg)

Con la preséncia de la autora:

Monika Zgustova

¿Por qué hemos escogido este libro?

  • Porque Monika Zgustova nos explica los grandes temas de nuestra época desde la perspectiva de haberlos tenido que vivir desde la primera fila.
  • Porque es una novela que de manera sutil aborda el impacto íntimo y a la vez universal del desarraigo y la pérdida.
  • Porque la novela nos interpela directamente en nuestra relación con el pasado y en cómo podemos abordarlo.
  • Porque habla de sentimientos universales como el miedo, el perdón, la identidad, la familia, la reconciliación y la escucha del otro.
  • Porque nos hace pensar en como la historia personal forma parte de la historia del mundo y la historia del mundo forma parte de nuestra íntima historia.
  • Porque Monika Zgustova estará con nosotros compartiendo esta lectura y su mirada en el mundo.

Una cata....

 

Barcelona
Febrero de 2020

1

El callejón oscuro y sinuoso se abrió en una plaza comosi fuera la salida de un laberinto hacia el sol. Nos encontrábamos en un espacio repleto de mesitas de cafeteríadelante de la basílica de Santa María del Mar y hacíamos muecas al astro rey. En las escaleras del templo había unos cuantos gatos calentándose con los últimos rayos de sol de febrero; uno negro pasó corriendo por delante de nosotros. Entonces sentí un estremecimiento. Mi acompañante notó mi nerviosismo y me miró interrogativo.

–Es atigrado y no negro –dijo al atar cabos.

Yo seguí frunciendo el ceño. Debía de tener unos cuarenta años, era más joven que

  1. Y también más expansivo, tanto de carácter como decuerpo, tenía una constitución ágil y fuerte.

–En Barcelona hay más cafés que viviendas –observo sonriendo–. ¿Nos tomamos algo?

Antes de sentarse se quitó la americana como si hubiéramos entrado en un local climatizado y a mí me hizo reír porque seguíamos en la calle. Eso me alegró un poco, no tenía yo un día demasiado bueno. Mark me hizo un gesto sarcástico mientras estaba atareado comprobando si la silla era sólida.

Mark es un escritor judío de Nueva York, del barrio de Brooklyn, de quien la editorial donde trabajo acabava de publicar la traducción al castellano de su última novela, muy aclamada. El éxito obtenido en Nueva York le había dado confianza y había llegado a España pensando que, como si estuviera en la América rural, podría resolver con arrogancia las preguntas ingenuas de unos periodistas provincianos. Pero se equivocaba. En la rueda de prensa se encontró con un nivel periodístico comparable al de su ciudad y enseguida vio que no podría improvisar las respuestas, cosa que lo desinfló. Seguía un poco aturdido y tímido durante el paseo turístico que yo le había propuesto hacer.

–¡Vaya pelmazo ese joven barbudo con cara de niño de la rueda de prensa! Me ha hurgado con la cuestión deTrump como si fuera culpa mía que sea presidente.

–¡Como si lo hubieras parido, a Trump! –dije riendo.

–¿Dónde has aprendido tan bien el inglés? –me preguntó antes de pedir una cerveza y unas aceitunas. Yopreferí un café.

Le resumí un poco mi vida: cuando tenía dieciséis años, mi familia huyó de la Checoslovaquia totalitària concertando un viaje a la India con la agencia de viajes

oficial Čedok. De Praga salimos unas sesenta personas, volvieron…

–¿Cuántas crees que volvieron, Mark?

–Quince.

–Frío, frío.

–¿Cuántas, entonces?

–Volvieron cuatro. Mi familia fue una de las que se perdió por las calles repletas de gente de Delhi. Desde allí nos fuimos a Estados Unidos, donde mi padre tenia apalabrada una plaza de profesor en la Universidad de Cornell.

–Que es donde Nabokov daba clases y donde escribió  Lolita, obra que, por cierto, si no llega a ser por la agilidad de Vera, se habría quemado –me interrumpió Mark antes de desperezarse y dar un trago largo de cerveza.

–Sí, Nabokov enseñaba allí unas décadas antes. –Y enseguida añadí–: Desgraciadamente. ¡Ya me habría gustado tenerlo de profesor!

Continué hablando. A los diecisiete años entré en la universidad y estudié en cada lugar que me concedió una beca, pero principalmente en el campus de UrbanaChampaign, de la Universidad de Illinois, que es donde mi padre acabó consiguiendo una cátedra y donde nos establecimos. Acabados los estudios, decidí volver a Europa.

–Europa es grande.

–Primero fui a París. Y una vez allí, una feliz coincidencia me llevó a Barcelona.

–¿No son muchos traslados? –preguntó él sin un interés real, solo para darme conversación. Estaba demasiado concentrado mirando y fotografi ando la arquitectura de piedra que nos rodeaba.

Yo me quedé unos instantes pensando.

–Una vez que te marchas de tu tierra puedes vivir en cualquier sitio

Fecha:

18 de mayo de 2023
de 18:00 a 20:00 horas

Idioma:

Catalán

Lugar:

UNED Barcelona
Av. Rio de Janeiro, 56-58
08016 – Barcelona

Coordina la actividad:

Glòria López Forcén

Espacio dónde se realiza:

Aulas 6 – 7

Esta actividad (gratuïta) requiere inscripción previa:

Inscríbete

Més informació al Centre:

UNED Barcelona
Av. Rio de Janeiro, 56-58
08016 Barcelona
93 396 80 59
activitats@barcelona.uned.es

Será nuestro secreto

Será nuestro secreto

Será nuestro secreto

Inici » Club de Lectura

Aquest mes llegim:

Será nuestro secreto (Editorial al revés)

Amb presència de l’autora:

Empar Fernández

Per què hem triat aquest llibre?

  • Perquè l’Empar Fernández és una autora que ens interessa per com aborda les trames de les seves novel.les, tant quan s’acosta a elles des de la mirada d’una autora de novel.la negra, com quan ho fa des del rigor de la novel.la històrica.
  • Perquè cada any intentem incorporar a les lectures una novel.la de les anomenades “negres” que no es limiten a una història de lladres i serenos sinó que, com fa la bona novel.la del gènere, ens enfronti a alguns dels problemes de la societat que vivim. I aquesta novel.la ho fa.
  • Perquè per sota d’una aparent senzillesa, l’autora ha creat una obra que no defuig la complexitat en la creació de la trama i dels personatges.
  • Perquè és una novel.la amb molts fils per estirar més enllà de la resolució del conflicte que planteja.

 

Una cata....

Un tastet…

NOA

Ya no queda nadie en la sala de actos cuando Noa la abandona con el violín en su funda y las partituras bajo el brazo. Muchos de los asistentes han querido felicitarla personalmente, le han estrechado la mano y en un gesto de cariño le han revuelto el cabello negro y tan lacio que ha regresado de inmediato a su lugar. Por eso, y porque no encontraba su abrigo por ninguna parte, ha tardado tanto en poder salir. La profesora la espera en el vestíbulo para apagar las luces y cerrar las puertas de la sala mientras Noa dobla las partituras y las guarda en el abrigo rojo del uniforme escolar.

—Hasta el lunes. Y muchas felicidades. Has tocado muy bien. Has nacido para tocar a Mozart. Sabía que no me equivocaba al asignarte la sonata 21. Lo sabía —añade felicitándose a sí misma.

A pesar de que los aplausos han sido generosos y de que está satisfecha de su interpretación, las palabras de la profesora no le arrancan una sonrisa. Para desconcierto de cuantos la conocen Noa apenas exterioriza nada. Solo en algunas ocasiones, cuando está con sus amigas y lejos de los adultos, deja entrever alguna emoción. Nada estridente. Una sonrisa compartida o un leve gesto de indignación o de enfado. Eso es todo. Raramente una risa despreocupada. Tiene un control absoluto. Su rostro, redondeado y pálido como el pan sin hornear, es el de una adolescente impasible. Sus ojos rasgados, dos grandes ojales abiertos en un cutis perfecto, no permiten comprender cómo se siente.

—Gracias. Hasta el lunes —responde a media voz con la mirada baja y el negro flequillo acariciándole la frente.

Los últimos coches desfilan ya en dirección a la Diagonal cuando sale al exterior. Noa observa la larga hilera de luces traseras encendidas. Hace horas que ha anochecido sobre Barcelona y una brisa helada sube desde el mar hasta las estribaciones de Collserola. Un escalofrío recorre la espalda de Noa como si una lagartija diminuta la cruzara de parte a parte. Hunde la cabeza entre los hombros y parece más pequeña y mucho más frágil de lo que es.

La profesora la saluda con la mano antes de cerrar la verja que impide el acceso al centro y situarse al volante escapando así al relente del anochecer.

Noa comprueba el móvil. El mensaje de mamá le aconseja que regrese con Vivi. Raúl, su hermano, tiene unas décimas y no se moverán de casa. No podrá ir a buscarla.

Lo siento, cariño. No voy a sacarlo de casa con fiebre.

Te quiero.

Pero Vivi, Viviana Alarcón, la primera en la lista de clase, no toca ningún instrumento, detesta las clases de música, no ha participado en el concierto y, desde luego, tampoco ha asistido como público. Difícilmente podrá llevarla a casa. Se lo ha dicho mil veces, pero hay detalles que su madre no consigue recordar. Asegura que tiene demasiadas cosas en la cabeza y Noa quiere creer que es verdad, pero siempre recuerda todo lo que concierne a Raúl.

Tampoco puede regresar con Chantal que ha cantado una de las primeras piezas. En el coche de su amiga, uno de los últimos en arrancar, no cabía una aguja. Padres y hermanos han asistido al concierto y ocupaban todas las plazas. En otras circunstancias los padres de Chantal la habrían acompañado hasta casa, pero Noa no se ha atrevido ni a acercarse. Desde la distancia su mejor amiga la ha mirado, ha sonreído, ha aplaudido sin ruido y, frunciendo los labios, le ha enviado un beso. Ha sido su manera de despedirse antes de ocupar uno de los asientos traseros y desaparecer camino de su casa.

Noa no tiene más amigas.

En el exterior del centro no queda casi nadie. Ni Gabriel, el conserje, que vive en una casa anexa al polideportivo. Nadie.

La noche es desapacible, hace frío y no tardará en llover. Padres, alumnos y profesores desaparecen sin perder tiempo.

A Noa le duele que su madre no haya previsto que se encontraría sola. Siente rabia, está enfadada y dolida y piensa en cómo hacerle saber que está muy disgustada. Apenas responderá cuando al llegar a casa Aitana quiera saber cómo ha ido el concierto, quizás incluso se niegue a cenar. Eso estaría bien. Desde luego no le explicará que todos la han felicitado y que su tutora la ha abrazado emocionada. Se encerrará en su habitación y no responderá cuando le pida que abra. Eso le dolerá, está segura. Chantal lo hace a menudo, pasa horas sin hablar con nadie. Su madre siempre acaba por disculparse.

Noa echa a andar estrechando la funda del violín contra su pecho. Ha de caminar hasta alcanzar la Diagonal, localizar en la gran avenida la parada de autobús y esperar que llegue el que le conviene. Podría pedir un taxi, pero solo lleva cinco euros y sabe que cuestan una pasta. Además, quizás a mamá no le parezca bien. Sabe que no quiere que se comporte como una cría consentida. Aitana no siempre está de buen humor y a veces Noa no sabe qué pensar. Cuando Raúl está enfermo su madre pierde el mundo de vista, se transforma. Si se trata de Raúl el resto del mundo deja de importar.

Si Víctor Renom, su padre, no estuviera de viaje en el sur de Francia, la habría venido a esperar, le habría estampado un par de besos y ahora estarían ya llegando a casa. Quizás incluso habría asistido al concierto y seguro que la habría felicitado. Él se declara un inútil y admira su facilidad para tocar un instrumento, se lo ha dicho más de mil veces. Muchas más. A Noa le encanta oírlo.

En la pendiente que la acerca a la ciudad la acera es ancha y las farolas están muy distanciadas y Noa Renom, que viste todavía el uniforme gris y rojo del Saint Michael’s School y carga con el violín, camina tan deprisa como puede. Una silueta diminuta en mitad de la nada. Alguna vez ha bajado la misma cuesta de la mano de Chantal, ambas con los brazos extendidos como si fueran a despegar en cualquier momento. Siempre ha sido divertido. Ahora aprovecha el desnivel para coger velocidad.

Unas gotas grandes como monedas antiguas se estrellan contra la acera y retumban en la funda del violín. Son pocas, pero suenan como pisadas a su alrededor. Una de ellas se desliza frente abajo hasta su nariz. Quisiera retirarla, pero no puede detenerse. No a oscuras y a solas. Se estremece y aprieta el paso. Corre casi sin tocar el suelo, como si volara. No hace el menor ruido. Es menuda y ágil y avanza muy deprisa. Desde que era pequeña Víctor la llama «su ratita» porque es rápida y silenciosa. Siguió haciéndolo cuando comprobó que la niña llegada de muy lejos sumaba años, pero apenas crecía, cuando constató que habiendo alcanzado la pubertad Noa continuaba pareciendo una criatura de corta edad y que siempre se movía con cautela.

Lo hace con cariño, pero ella preferiría algo más poético, algo relacionado con flores, mariposas o deslumbrantes estrellas que cuelgan del cielo. Aun así, adora que Víctor la llame «su ratita».

Nadie camina delante de Noa, tampoco se cruza con nadie. Solo un par de coches la adelantan sin detenerse. No queda ni un alma en las proximidades. Está completamente sola en unas calles en pendiente en las que no hay ni cafeterías, ni tiendas ni restaurantes. Por no haber no hay ni edificios de viviendas, solo algunas casas muy alejadas unas de otras y cercadas como pequeñas fortalezas. Calles desiertas de zona alta. Por no haber apenas hay luz que ayude a caminar.

 

Data:

30 de  març de 2023
de 18:00 a 20:00 hores

Idioma:

Català

Lloc:

UNED Barcelona
Av. Rio de Janeiro, 56-58
08016 – Barcelona

Coordina l’activitat:

Glòria López Forcén

Espai on es realitza:

Aules 6 – 7

Aquesta activitat (gratuïta) requereix inscripció prèvia:

Inscriu-te

Més informació al Centre:

UNED Barcelona
Av. Rio de Janeiro, 56-58
08016 Barcelona
93 396 80 59
activitats@barcelona.uned.es

El país de los otros

El país de los otros

El país de los otros

Inici » Club de Lectura

Este mes leemos:

El país de los otros (Cabaret Voltaire)

De la autora:

Leila Slimani

¿Por qué hemos escogido este libro?

_ Porque la escritora ya nos interesó y entusiasmar cuando la descubrimos en la primera novela publicada en nuestro país –Chanson Douce- que ganó el importante premio Goncourt.
_ Porque después ha continuado sorprendiéndonos con los libros que ha ido publicando convirtiéndose en una de las más importantes y rompedoras escritoras en lengua francesa.
_ Porque El país de los otros es una excelente novela que nos enfrenta a un tiempo y una temática de las que nos remueve por el que tiene de universal y próxima.
_ Porque aborda desde una mirada sorprendiendo el proceso descolonizador del Marruecos: el punto de vista de una francesa casada con un marroquí (que novel.la la historia fascinante de la abuela de la autora)
_ Porque el libro es lo primero de una trilogía, el segundo volumen de la cual ya ha sido editado en francés, y lo será próximamente en catalán y castellano, donde la autora se enfrentará a la historia de sus padres y su propia, y abordará un tema de tanto interés y tanta actualidad como el tema de las segundas y terceras generaciones de hijos de la emigración.
_ Porque en los libros de la Leila Slimani el fondo, que es importantísimo, no hace que olvidamos nunca que la literatura es fondo y forma y en ellos es tan importando el que se explica cómo lo como se explica.
_ Porque el libro, ganó el premio Librero del año 2021 que –ya os lo hemos dicho otras veces- es un premio que nos genera mucha confianza.
 

Una cata..

Una cata…

La primera vez que Mathilde fue a ver la finca, pensó: «¡Qué lejos está!». Le preocupaba ese aislamiento. Corría el año 1947, no tenían coche y habían realizado el trayecto de veinticinco kilómetros desde Meknés en una carreta conducida por un gitano. A Amín no le importaba la incomodidad del banco de madera ni que su mujer tosiera por el polvo que la vieja tartana levantaba a su paso. Solo estaba pendiente del paisaje, ansioso por llegar a las tierras que su padre le había encomendado.

   En 1935, tras años de trabajar como intérprete para el ejército colonial, Kadur Belhach compró varias hectáreas de tierras cubiertas de rocalla. Confesaba a su hijo sus esperanzas de convertirlas en una hacienda floreciente que alimentara a varias generaciones de los Belhach. Amín recordaba la mirada de su padre, su voz firme mientras exponía sus proyectos agrícolas. Una plantación de viñedos, le explicaba, y varias hectáreas dedicadas a cereales. En la parte más soleada de la colina construiría una casa, rodeada de árboles frutales y de unas cuantas hileras de almendros. Kadur estaba orgulloso de que le perteneciera: «¡Nuestra tierra!». Pronunciaba esas palabras, no a la manera de los nacionalistas ni de los colonos, en nombre de unos principios morales o de un ideal, sino como un propietario contento de su legítimo derecho. El viejo Belhach quería que lo enterraran allí, y a sus hijos también. Que esa tierra lo alimentara y acogiera su última morada. Pero murió en 1959, mientras su hijo se había alistado en el regimiento de los espahíes, vistiendo con orgullo su uniforme: la capa y los zaragüelles. Antes de salir hacia el frente, Amín, el primogénito y a partir de entonces cabeza de familia, arrendó la propiedad a un francés originario de Argelia.

   Cuando Mathilde preguntó de qué había fallecido el suegro que ella no había conocido, Amín se tocó el estómago e inclinó la cabeza en silencio. Más adelante, se enteraría de lo que había ocurrido. Desde su regreso de Verdún, Kadur Belhach padecía unos dolores de estómago crónicos que ningún curandero marroquí o europeo había conseguido calmar. Él, que se preciaba de ser un hombre razonable, orgulloso de la educación recibida y de su talento para los idiomas, desesperado y avergonzado, se había humillado hasta el extremo de bajar a un sótano miserable donde atendía una chuafa. La hechicera y vidente lo convenció de que alguien que lo odiaba le había echado un sortilegio y un temible enemigo le había provocado ese dolor. Le dio un papelito doblado en cuatro que contenía unos polvos de color amarillo azafrán. Esa misma noche, Kadur los disolvió en agua y se los bebió. Pocas horas después, en medio de un sufrimiento atroz, murió. A la familia no le gustaba hablar de ello. Les avergonzaba la ingenuidad del padre y las circunstancias de su muerte, pues el venerable oficial se había vaciado en mitad del patio de la casa, empapando de mierda su chilaba blanca.

 

   En ese día de abril de 1947, Amín sonreía a su esposa y metía prisa al cochero, que se frotaba los pies descalzos y sucios, uno contra otro. El gitano azotó a la mula con más fuerza y Mathilde dio un respingo. La violencia de aquel hombre la indignaba. Chasqueaba la lengua, «¡Arre!», y hacía restallar el látigo contra la grupa esquelética del animal. Era primavera y Mathilde estaba encinta de dos meses. Los campos lucían cubiertos de caléndulas, malvas y borrajas. Una brisa fresca agitaba los tallos de los girasoles. A cada lado del camino, las plantaciones de los colonos franceses, establecidos allí desde hacía veinte o treinta años, se extendían en una suave ondulación hasta el horizonte. La mayoría de ellos procedían de Argelia, y las autoridades coloniales les habían concedido las mejores tierras y las mayores superficies. Amín extendió un brazo y se puso la mano del otro a modo de visera para protegerse del sol de mediodía y contemplar la vasta extensión que se ofrecía ante él. Con el índice mostró a su esposa una hilera de cipreses que rodeaba la finca de Roger Mariani, que había hecho fortuna con el vino y la crianza de cerdos. Desde el camino no se veía ni la casa del dueño ni la extensión de los viñedos. Pero a Mathilde no le costaba imaginar la riqueza de aquel campesino que la llenaba de esperanza sobre su propia futura fortuna. El paisaje, de una belleza serena, le sugirió un grabado que colgaba de la pared, junto al piano, en casa de su profesor de música en Mulhouse. Recordó las explicaciones que le había dado sobre la lámina: «Es la Toscana, señorita, quizá algún día vaya usted a Italia».

 

   La mula se detuvo a pacer la hierba que crecía en el borde del camino. No parecía dispuesta a subir la cuesta que se erguía ante ellos, cubierta de grandes pedruscos blancos. Furioso, el cochero se incorporó y colmó a la bestia de insultos y de golpes. Mathilde sintió las lágrimas asomarle a los ojos. Intentó contener el llanto y se acurrucó contra su marido, que pensó que ese gesto de ternura estaba fuera de lugar.

 

   «—¿Qué te pasa? —le preguntó él.

 

   —Dile que deje de golpear a esa pobre mula».

 

   Mathilde posó su mano sobre el hombro del gitano y se quedó mirándolo, como un niño que intentara calmar a un adulto furioso. Pero el cochero aumentó su violencia. Lanzo un escupitajo al suelo, levantó el brazo y dijo: «¿Tú también quieres probar el látigo?».

 

   El humor cambió y el paisaje, también. Llegaron a lo alto de la colina, cuyos flancos yermos carecían de todo: ni flores, ni cipreses, apenas algunos olivos que sobrevivían en mitad del roquedal. Aquella colina desprendía una sensación de esterilidad. Eso ya no era la Toscana, pensó Mathilde, sino el Lejano Oeste de los vaqueros.

Fecha:

23 de  febrero de 2023
de 18:00 a 20:00 horas

Idioma:

Catalán

Lugar:

UNED Barcelona
Av. Rio de Janeiro, 56-58
08016 – Barcelona

Coordina de la actividad:

Glòria López Forcén

Espacio donde se realiza:

Aulas 6 – 7

Esta actividad (gratuita) requiere inscripción previa:

Inscríbete

Más información en el Centro:

UNED Barcelona
Av. Rio de Janeiro, 56-58
08016 Barcelona
93 396 80 59
activitats@barcelona.uned.es

Una casita junto al río

Una casita junto al río

Una casita junto al río

Inici » Club de Lectura

Este mes leemos:

Una casita junto al río

Con presencia del autor:

Genaro Villagrasa

¿Por qué hemos escogido este libro?

• Porque nos acerca a un tiempo y un país que han sido los nuestros y a menudo parece que se hayan perdido en medio de la desmemoria.
• Porque es una novela que habla de vidas de gente corriente, como nosotros o como nuestros vecinos, pero al mismo tiempo es una novela histórica ubicada muy cerca de donde nos reuniremos para hablar.
• Porque podremos conocer más de lo que ha significado el movimiento vecinal en el país y en la ciudad.
• Porque en Genaro Villagrasa ha querido acompañarnos para explicarnos la génesis de la novela y la realidad que esconde.

Para saber más:

¿Quién es Genaro Villagrasa Alcaide?

En su faceta de activista social ha participado de manera intensa en el movimiento asociativo de Barcelona. En 1976 fue cofundador de la asociación de vecinos Pi y Ballico del barrio de Barón de Viver, ejerciendo una amplia tarea reivindicativa en pro de las mejoras para el vecindario que culminaron con su participación en la promoción de la transmutación de la zona, obra de gran envergadura, desarrollada entre 1985 y 2000, que supuso la remodelación urbanística total del barrio número 73 de Barcelona, una operación recogida en el libro Barón de Viver: la transformación de un barrio”, del cual es coautor. Formó parte de la Coordinadora de Asociaciones de Vecinos del distrito de San Andreu y de la junta de la Federación de Asociaciones de Vecinos de Barcelona. Su labor en el barrio y el movimiento vecinal del distrito le valieron la concesión de la Medalla de Honor de Barcelona en 2000.

Responsable y coordinador de la revista local La Marquesina durante las dos etapas que se editó (1985-86 y 1998-99). Ha publicado numerosos artículos tanto en esta revista como en la sindical Adelante. Actualmente trabaja en una obra que recoge el proceso histórico de las Casas Baratas de Barón de Viver, desde su fundación en 1929 hasta el año 1958, primera parte de una previsible trilogía que alcanzará la historia completa de la localidad desde su fundación hasta la actualidad. Una casita junto al río es la versión novel·lada  de esta primera parte, centrada en los avatares de una familia obrera en el Tercer Grupo de Casas Baratas durante la época comprendida entre la instauración de la República y el final de la Guerra Civil española.

(Una crítica a la novela publicada por Joan Pallarés en la revista digital Andreuenc )

Barón de Viver ya tiene su novela. Genaro Villagrasa ha escrito ‘Una casita junto al río’ (Circulo Rojo Editorial, diciembre 2021), una historia novelada de los orígenes del barrio, de aquellas Casas Baratas, en su primera década de existencia, desde la construcción e inauguración el 1929, la llegada de sus primeros vecinos, la huelga de rendatarios, la República y los años de la guerra, hasta el triunfo del franquismo el 1939.

El autor, Genaro Villagrasa, ha vivido toda la vida en el barrio puesto que su familia fue de las primeras en llegar. Él no solo conoce la historia del Barón de Viver y la dio a conocer en la obra ‘Barón de Viver: La transformación de un barrio’, libro del cual fue coautor, sino que es autor de numerosas colaboraciones en la revista local La Marquesina, que coordinó en dos épocas;

También ha vivido la historia del barrio puesto que muchas veces la protagonizó como persona líder como en la fundación, el 1976, de la Asociación de Vecinos que lideró entre 1985 y el 2000 las reivindicaciones que transformaron aquellas viejas Casas Baratas, ruinosas y precarias, en unas viviendas modernas y en condiciones.

Genaro Villagrasa en 2000 recibió la Medalla de Honor de la Ciudad de Barcelona en reconocimiento a su tarea. Entonces, a pesar de seguir vinculado a la lucha sindical y a la investigación histórica del barrio, siendo muy joven todavía, dio un paso al lado, dando paso a la renovación del movimiento vecinal del barrio con nuevas caras y nuevas ideas.

Genaro sigue trabajando y preparando la historia de su barrio en mayúsculas pero, entre tanto, nos ofrece una versión novelada de una familia, la de los Quintana, que sin trabajo ni cobijo ocuparon a la brava una de aquellas casetas nuevas construidas en el término de Santa Coloma de Gramenet, lindando con San Andreu de Palomar, llenos de esperanzas en aquella república que acababa de nacer.

Pero la vida en un barrio lejos de todas partes y más allá de donde Nuestro Señor perdió las alpargatas, no fue nada fácil. El autor lo explica con sabiduría, mezclando hechos reales con ficción, grandes acontecimientos de aquellos años con su eco en la vida distante a la orilla derecha del Besòs, entroncando los grandes personajes de aquella década histórica, con los humildes olvidados por la fortuna.

A la novela, que es histórica pero no empalaga con datos, sino que retrata más la vida real y cotidiana que no los clichés épicos de aquellos años, se mencionan personajes como padre Clapés, o figuran el maestro Gibert, la Peña Raído, el Adelanto, los médicos Vilaseca o Cararach, la farmacia Franqueza, gente de San Andreu o de Santa Coloma, personajes del barrio y los Quintana, con los hijos que en una década pasan de niños a jóvenes, haciendo un retrato muy preciso e irónico de la efervescencia revolucionaría de aquellos años y las contradicciones de las doctrinas mal digeridas.

Sobre el autor hay que añadir que Genaro Villagrasa ha sido toda su vida una persona dedicada a la acción y a la gestión dentro del movimiento vecinal y sindical, y por cierto siempre con unos resultados suficiente satisfactorios. Persona con una gran curiosidad e inquietudes culturales, a lo largo de los años ha sabido formarse y prepararse y, a pesar de no haber disfrutado de formación académica, sin muestra como un buen escritor.

Como buen comunicador, siempre a la novela se expresa en un lenguaje llano y entendedor y de una manera pulcra y precisa, con cuidado, en un lenguaje que no es el de la literatura actual, sino como se expresaban sus protagonistas en aquel tiempo, pero sin barroquismos retóricos, a cada frase las palabras justas y ni una más, y con un léxico tanto generoso como espontáneo, sin una sola palabra rebuscada.

Genaro Villagrasa, en su primera novela nos sorprende agradablemente por la calidad literaria, con un ingenio innato, saca partido de un paisaje, una vida, unas situaciones, unos ambientes, que cualquier escritor rehuiría, literariamente nada agradecidos, pero que él recrea con la maestría de quien los conoce tanto bien que sabe desde qué ángulo los puede enfocar.

Sobre todo ‘Una casita junto al río’ mantiene viva la atención desde la página primera hasta la 314 que es la última, no decayendo ni un solo momento gracias a que Genaro Villagrasa sabe mantener la curiosidad del lector gracias a la constante presencia de frases rematadas por un humor fino e irónico, a veces agridulce, de forma que la sonrisa por la situación provoca todavía más interés por la acción que la continúa.

Finalmente confieso que leyendo ciertos pasajes de ‘Una casita junto al río’, chasqueando espontáneamente una risa, he tenido la sensación de recular al inicios de mi adolescencia, cuando hace más de medio siglo leí ‘Donde la ciudad cambia su número’, del admirado Paco Candel.

La situación política era diferente, pero la vida en el chabolismo o las Casas Baratas en cuarenta y cincuenta, no había cambiado mucho de la que nos describe en los años treinta y ambos autores, Candel y Villagrasa, autodidactos y crecidos en ambientes similares, a pesar de que con la diferencia de una generación, tienen bastante similitud incluso en la fuerza expresiva.

 

Una cata, para que nos vengan ganas de leer más….

Donde Cristo perdió el gorro (1931)

Hacía pocos meses que se había declarado la República, pero este hecho pasó desde aquel mismo instante al desván de lo intrascendente para el devenir cotidiano de la familia Quintana. Ellos formaban parte del pelotón de los sin pan: en paro y con hambre. No es que fueran pobres de solemnidad, es que eran obreros: obreros paupérrimos, ¡eso sí!

Ahora, además, en otro giro de tuerca en su racha de mala suerte, se habían quedado sin el techo que los cobijaba.

El cabeza de familia, un robusto hombretón al que la vida había zarandeado y maltratado, confiriéndole un anticipado aspecto de cincuentón, llegó a Barcelona en 1918. Tenía entonces veintitrés años y venía huyendo del mundo de la minería murciana, ya de por sí duro y que en su pueblo de La Unión mostraba signos de agotamiento; sin perspectivas de futuro, comenzaba el éxodo de él y otros cientos de murcianos que se añadían a los que antes lo habían hecho y a los millares que se sumarían en la siguiente década. Se encontró en Cataluña con otro tipo de sociedad totalmente diferente y desconocida para él. La súbita visión de los grandes edificios y espaciosos parques, los comercios y los cafés, las fábricas y las bóbilas, los coches y los tranvías, los teatros y los cines, junto al ajetreo que bullía en la gran urbe, y la ostentación que a su juicio exhibían los adinerados, le nubló la vista y el entendimiento, haciéndole creer que pronto se haría con mucho dinero. Poco tardó en comprobar que no, que en ningún sitio 12 daban pesetas por tres reales. Era el menor de diez hermanos, y nunca supo si la elección de su nombre fue por obra y gracia de su padre, que era muy de la broma, o de su madre, que a medida que le nacían los hijos le crecía la mala leche, el caso es que le bautizaron como Fortunato. Haciéndose llamar Fortu disimulaba y de paso procuraba engañar al destino.

Los padres de la esposa de Fortunato tampoco estuvieron muy inspirados cuando la bautizaron. La llamaron Visitación; casi seguro que fue debido a que llegó de manera imprevista, sin avisar ni ser anunciada, como la visita inesperada y molesta del cuñado gorrón que un buen día aparece con la intención de quedarse.

Visitación, aunque compartía una trayectoria y unos orígenes similares a los de su marido, puesto que llegó a Barcelona el mismo año que Fortunato y también era una inmigrante, en su caso del ámbito rural aragonés, parecía la antítesis de este, al menos durante los primeros años de convivencia; frente a la manera de ser, fatalista, condescendiente e indecisa del uno, disimulada con una capa de bravuconería, el carácter enérgico, espontáneo y guerrero de la otra. Era una mujer echada para adelante que afrontaba de cara los problemas, así que a nadie le extrañaba que a menudo él le dijera: «¡Pero qué güevos tienes, Visi!»; a lo que ella, de manera invariable, respondía con uno de sus innumerables refranillos adaptado a las circunstancias: «El que hace un cesto hace ciento, si tiene mimbres y tiempo», «La sangre se hereda, y el vicio se apega» o «Si a tu suegra vieras arder y en tu culo un avispero, ¿dónde acudirías primero?», por poner algunos ejemplos, ya que era impresionante la cantidad de máximas, sentencias y dichos que acumulaba y disparaba.

Que su hombre, poco cultivado y un punto bruto, por cierto, quería decir «valor» y no «falta de feminidad» al referirse a los «huevos» de Visitación, lo demostraban los cuatro hijos que ésta había parido.

El hijo mayor, Diego, tenía doce años y le estaban buscando un oficio donde meterlo de aprendiz, ya que era una edad apro­piada para empezar a trabajar; su madre pregonaba: «Es honrado y muy trabajador. Y se sabe las cuatro reglas». Trabajador sí que era el chaval; honrado, depende de qué se entendiera por hon­radez; y en cuanto a matemáticas, sabía sumar y restar, a duras penas multiplicar y las divisiones se le atragantaban. Sin embar­go, despertaba en los demás una cierta sensación de aprecio y confianza. Era vivaz y muy ingenioso, lo que no es de extrañar, ya que había tenido que aprender a valerse por sí mismo, a pesar de su corta edad, para poder echar un cable en casa cuidando de sus hermanos. Le seguía su hermano Francisco, al que en un princi­pio llamaron Francisquico, para luego derivar en Quico. Ya que no podían ahorrar otra cosa, al menos ahorraban sílabas. Contaba con diez años de edad y era un crío inquieto e hiperactivo que siempre intentaba ir tras los pasos de su hermano mayor, al que procuraba emular. Ambos se llevaban muy bien con su hermana Amparo, Amparito para todos, que tenía dos años menos que Quico y era de aspecto delgado y menudo, aparentando una falsa fragilidad que no se correspondía con la actividad que era capaz de desplegar y la fortaleza con la que la realizaba, heredada de su madre. La criatura, cuando no hacía lo que más le agradaba, que era asistir a la escuela, ayudaba a su madre con las faenas de la casa y el cuidado de la más pequeña, Pilarín, de solo dos años.

Un chucho famélico y tres pájaros completaban la familia.

Fecha:

15 de  diciembre de 2022
de 18:00 a 20:00 horas

Idioma:

Catalán

Lugar:

UNED Barcelona
Av. Rio de Janeiro, 56-58
08016 – Barcelona

Coordina la actividad:

Glòria López Forcén

Espacio donde se realiza:

Aulas 6 – 7

Esta actividad (gratuïta) requiere inscripción previa:

Inscríbete

Para más información en el Centro:

UNED Barcelona
Av. Rio de Janeiro, 56-58
08016 Barcelona
93 396 80 59
activitats@barcelona.uned.es

Madres e hijos

Madres e hijos

Madres e hijos 

Inici » Club de Lectura

Este  mes leemos:

Madres e hijos  (Galaxia Gutemberg)

Del autor:

Theodor Kallifatides

¿Por qué hemos elegido este libro?

• Porque Theodor Kallifatides ha sido una de los mejores descubrimientos literarios de los últimos años. A pesar de su largo recorrido literario, solo ahora empezamos a conocerlo
• Porque su manera de enfrentarse a la historia en general y a su historia pequeña y íntima nos ha cautivado, en este libro especialmente, pero también en otros como “Otra vida todavía” o “El pasado no era un sueño”.
• Porque nos enfrenta a unos hechos del pasado que, aun así, todavía nos interpelan cómo es el tema de los refugiados, de la inmigración, del desarraigo, del arraigo en un lugar diferente.
• Porque a pesar de no ser, exactamente, una novela se lee con la fruición y la emoción de una historia de ficción.
• Porque, en el fondo, Kallifatides, explica muchas cosas de nuestra vida y nuestra manera de entender las relaciones personales y familiares.

Una cata, para que nos vengan más ganas de leer…

Inicio de trayecto

 Cuando era pequeño, estaba convencido que me moriría antes que la madre, según el principio que el árbol sobrevive al fruto.

Con el tiempo entendí la sucesión correcta, o al menos natural, de las cosas, cuando me topé con otro problema: ¿cómo sería capaz de darle un disgusto tan grande como mi muerte?

Esta reflexión me hizo atento y sensato. Mis juegos nunca habían estado particularmente osados, normalmente intentaba quedarme cerca suyo, una cosa que a menudo me recuerda cuando le telefoneo los sábados.

Ella vive en Atenas. Yo, en Estocolmo, desde hace unos cuarenta y tres años.

Estas llamadas telefónicas son una tradición entre nosotros. El mejor es hacerlas por la mañana, cuando se acaba de levantar y está sentada, tomando el café. Es así como coge la taza, apoyándola sobre el estómago. Bebe el café a tragos pequeños, muy pequeños, por miedo que sea amargo. El mínimo son tres cucharadas de azúcar.

—Hola, mama, soy yo —⁠le digo, cuando levanta el auricular. Si está de buen humor, me contesta con alguna rima. Si no está de buen humor, se pone.

—Vaya por Dios, es mi hijo pequeño, que está en el extranjero, y ahora llama a la mama, que es una vieja xaruga.

Alguien quizás dirá que siempre es la misma cantilena, pero no lo es. A sus noventa y dos años, todavía tiene la capacidad de jugar con las palabras. Inmediatamente suelta su agravio.

—Tú, que aún no te me habías desenganchado de las faldas, y tan lejos que te fuiste.

No me acusa, pero no lo puede entender. Ni yo tampoco lo he entendido. Marché de mi patria, pero, ¿que quería dejar exactamente detrás de mi?

Esto ya no lo discutimos más. Las cosas son cómo son. La madre lo sabe. Siempre lo ha sabido. No lo tiene al muelle del hueso, esto. Al muelle del hueso tiene el estoicismo heredado, el talento de fijarse en las pequeñas alegrías que aligeran las grandes penas. La taza caliente de café que descansa sobre su estómago es una bomba atómica de alivio, sobre todo con cuatro culleradetes de azúcar.

En pocas palabras, como que los dos sabemos que las cosas son así, hablamos otros temas.

Este año he hecho sesenta y ocho años y la madre, noventa y dos.

«No soy el desencadenante principal de la Gran Guerra, pero nací el año en que empezó», dice de vez en cuando, con aquella suya distanciación irónica que evita que las sensaciones la dominen.

Hemos envejecido los dos y ya es hora de hacer el que siempre he querido hacer: escribir sobre ella.

No quería hacerlo en vida suya. Aun así, ahora me parece que no tengo jefe más remedio. La muerte se nos atansa, a la uno y a la otra. Qué de las dos muertes hará la zancada más larga, no tengo ninguna manera de saberlo.

Dedo de otro modo, estoy obligado a escribir sobre la madre en este momento, teniendo en cuenta que es posible que ella lo lea. Probablemente saldrá un texto muy diferente. En este momento, no sé paso qué tipo de texto será.

Cuando el padre murió, escribí un libro. En el ninguno de unos cuántos años, cuando trasladamos la sepultura, escribí otro.

Fue difícil, pero no tanto como ahora. El padre se había ido. Su vida se había acabado. Su libro ya estaba escrito, por así decirlo.

En cambio, la madre vive. Y de qué manera!

Una vez más, me preparo para bajar hacia Atenas. Esta vez me llevaré la libreta de notas. He preparado unas cuántas preguntas que le tendré que hacer. Esto me neguiteja y no me gusta nada. No quiero utilizar la madre como si fuera un material. El hijo que hay adentro mío quiere estar con ella como antes, con aquella agradable carencia de objetivos. Sentar al balcón, escuchar como refunfuña sobre el gobierno, o porque la vida es muy cara, o que me lea el poso de la taza.

El escritor que llevo adentro quiere otra cosa. Poner por escrito cada movimiento, cada conversación que tiene. Cómo me afectará, esto? Cómo lo afectará a ella cuando comprenda que lo estoy investigando?

Fecha:

27 de octubre de 2022
de 18:00 a 19:00 horas

Idioma:

Catalán

Lugar:

UNED Barcelona
Av. Rio de Janeiro, 56-58
08016 – Barcelona

Coordina la actividad:

Glòria López Forcén

Lugar donde se realiza:

Aules 6

Esta actividad (gratuta) requiere inscripción previa:

Inscríbete

Más información en el Centro:

UNED Barcelona
Av. Rio de Janeiro, 56-58
08016 Barcelona
93 396 80 59
activitats@barcelona.uned.es